Voy caminando por las calles de Tepoztlán. Entre más me acerco al centro las calles más me dicen: mírame soy una calle orgullosa del centro, estoy empedrada y jamás me sumo; al contario, brillo y trasluzco ante los rallos del sol.
¿Que siento yo?, que siento yo ante esta calle que mi memoria presente mira como una calle eterna pero en realidad ante el sigilio de las circunstancias, envuelta en los pormenores, no podemos saber cuanto de eterna tiene en sus venas y cuanto de presente. La única realidad es que sus piedras, bajo mis pies, sus piedras pegadas con cemento irradian el calor acumulado de los rayos del sol y poco a poco de tanto caminar este calor sube y sube; se apodera de mi cuerpo, de mi mente que no es otra más que mi cuerpo, y entonces me digo: ¿donde quedaron esas calles hospitalarias de tierra y barro con sus piedras artesanales acomadadas por alguien que tenía presente en el momento el sentido y la importancia de conservar la humedad?
No se en que día, en que minuto, se perdió la esencia de este paraíso. Lo único que se es que este cemento no guarda la humedad y que al revés de cualquier explicación lógica, retiene lo que no debería sostener y rechaza lo que resultaría conveniente absorver. Es un aviso constante y concreto de que algo no anda bien. Este calor extenuante no tendría por que circularme por el cuerpo. ¿Por que ha pasado esto? Porque hay una magia que la gente ambiciona ver y esta magia nos encandila cual un espejismo de piscinas vacías en el desierto.
Constante, el calor sigue aumentando y me digo: estoy en un Pueblo Mágico: la magia es magia siempre porque domina la realidad; por lo tanto el calor que sufro es simplemente una creación de mi mente: no tengo de que preocuparme… el frescor tan ansiado existe firme en mi interior.
¿Por que no volver entonces a las calles antaño de tierra? Por que los camiones de la CocaCola se hundirían inmesiricordemente en el fango del subdesarrollo.
¡Oh bienvenidos sean entonces estos caminos de cemento que dejan pasar máquinas, máquinas de diez toneladas silbantes en su felicidad de no ver alterada la alineación básica de su mercancía vitriforme! ¡Bienvenidas sean estas calles que incorporan el futuro que todos ansiamos conquistar...! Nuestros padres fueron campesinos y por eso la fruta sencilla tiene que madurar.
Sin espacios en el porvenir mi duelo es el esperar una comunidad que desde hace tiempo ya ha sido resquebrajada por la inmesericorde y diáfana conquista de los medios. Tan facil como restaurar el barro que al mismo tiempo que invierte la función del concreto perenne también enarbola la capacidad del suelo para hincharse del agua caudal que es vida para todos y para cada uno de nosotros.
No entiendo cual es el fin de estos ensayos, sólo veo enajenación a mi alrededor: los jóvenes caminan dispersos y más que dispersos ciegos con la mirada alienada en la pantalla centellante de su ninfomaniaco celular.
Estos son los hombres del mañana, estos son los hombres que van a cuidar de los árboles y ríos para que sus y nuestros hijos conozcan un futuro mejor...
No se a que exponerme en estos momentos.
La piedra en el cielo es una balanza que se desdibuja caída por su peso menor.
Tan fácil imaginar el ver aparecer entre nuestros pies un piso de piedras pero no piedras confinadas a la eterna y funesta inmovilidad del cemento sino piedras libres, aglutinadas gracias a la mezcla primordial que desde el inicio nos ha dado el sustento: el barro absorvente que capta siempre algo de lluvia y la retiene para otorgarnos el mayor de los bienes: un poquito de humedad.
En buena hora, majestuoso el inicio de todos los círculos por abrir.
Silvestre Plinio
Tepoztlán, Morelos
Abril 2010.
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