Hoy, gracias a los
cambios económicos, políticos y jurídicos suscitados por el TLCAN, la
destrucción ambiental ocurre en todas las ramas de la división del
trabajo y en casi todos los procesos de distribución y reproducción,
dejando lo que vivimos 40 años atrás, cuando nuestros peores problemas
ambientales todavía se localizaban en regiones geográficas específicas
de México ligadas a sectores económicos singulares.
Aun así, cuando algún activista ambiental no mexicano visita nuestro
país y testifica nuestros dolorosos problemas actuales, su primera
reacción consiste en llamarnos la atención aconsejándonos con sinceridad
no exagerar, pues lo que ocurre acá es lo mismo y posiblemente no peor
que lo que sucede en el suyo. El problema estriba en que eso nos ocurre
con todos, vengan de donde vengan y traten de cualquier problema que
sea.
Como en Brasil y Tailandia, somos de los peores deforestadores y
destructores de biodiversidad en el mundo. Al igual que en Brasil y
otras naciones de África y del Meditarraneo asiático, también
encabezamos procesos de autodestrucción de lenguas y culturas
milenarias. De la misma manera que sucede en Argentina y Brasil, nos
perfilamos como gran plantador de organismos transgénicos (maíz, soya y
algodón). Tal como acontece en Estados Unidos, pende sobre nosotros la
amenaza de convertirnos en unos de los primeros plantadores masivos del
maiz biorreactor, con la peculiaridad harto repetida de que nosotros
somos el principal centro de origen de ese cereal.
Al igual que los países de Europa Central, hemos atraído a las
mayores megagranjas de cerdos. Como en India y China, hemos contaminado y
saqueado la mayoría de nuestros ríos y acuíferos prometiendo una
inminente construcción de megaproyectos hídricos en torno de Guanajuato y
Querétaro que permitan escalar las exportaciones de autos y aviones.
Peor que en China, hemos permitido la privatización de todas las tierras
y reservas urbanas, el acaparamiento de las empresas de construcción y
prestación de servicios urbanos, las dinámicas especulativas y el fraude
permanente a los consumidores, permitiendo con ello el dislocamiento
catastrófico de la vida de la población y de los principales
metabolismos de las ciudades.
Más grave aún que en la llamada ruta euroasiática de la seda o en la
Sudamérica del IIRSA, México ha puesto una y otra vez la totalidad de su
territorio y de sus infraestructuras al servicio no sólo del saqueo de
sus recursos naturales, sino también de las necesidades de interconexión
fabril just in time entre los capitales de Estados Unidos y
Asia del Pacífico, permitiendo criminalmente que la red nacional de las
principales carreteras se tornen lugares extremadamente peligrosos e
incluso trágicamente mortales.
México concentra niveles muy altos de explosiones y muerte
industriales y agrolaborales en las ramas químicas, agroquímicas, de
alimentos, petroleras y de agroexportación.
La contaminación generada por las infraestructuras petroleras
ha sido desde hace décadas la peor fuente de contaminación del país,
pero la reciente entrega de la industria petrolera amenaza con trasladar
las peores practicas depredatorias, contaminantes y destructivas que
las empresas petroleras trasnacionales ya practican en Nigeria y otras
regiones.
Gracias a la desregulación extrema de las actividades mineras, México
ya compite con los peores lugares en devastación por la minería a cielo
abierto en América Latina y África. Mientras, la libre acumulación de
todo tipo de basuras industriales, hospitalarias, radioactivas y
municipales en las más diversas regiones de México nos hace competir con
países como Ghana o China.
Todo ello sin tener en cuenta que la mano de Dios, por medio del
cambio climático, también nos eligió como una de las regiones del mundo
en donde las turbulencias climáticas se estarán padeciendo de la peor
manera. Aunque la verdad sea dicha, no obstante que el cambio climático
está estrechamente ligado a las peores necedades civilizatorias del
neoliberalismo, sería un
poquitín injustotambién atribuirlo al TLCAN.
Suele escapar a observadores perspicaces que en México, hasta cierto
punto como en China, pero en un territorio mucho menor, se sintetiza con
una fuerza excepcional un proceso complejo y profundo de devastación
que hoy está distribuido en todo el mundo. Sin embargo, nuestro
principal rasgo distintivo es que acá todo esta intensamente
concentrado. De modo que cada nuevo nicho de destrucción compite con los
demás en salvajismo e irracionalidad y tupe línea por línea la
totalidad del territorio nacional, superponiendo cada tipo de
destrucción con muchos otros. De ahí que la contaminación y el
dislocamiento en nuestro país son fenómenos totales, extendidos,
intensivos y complejos. Ello ha herido profunda y vitalmente la
capacidad de regeneración y redefinición de la salud general
(resiliencia) del tejido socioambiental nacional.
Aunque se debe dejar para otro lugar la explicación de los porqués,
hay que observar que eso hace de México un espejo en el que ya se puede
mirar la suerte que correrá el mundo entero si no se detiene con
eficacia, investigación, organización y movilización esta pesadilla
estadunidense, que con tanto esmero trágico imitan las nuevas potencias y
naciones que buscan escapar de su dominio. También se debe recordar que
la banalización que los economistas y otros profesionistas de la muerte
hacen de cada desgracia en realidad está simplemente encaminada a
ocultar, no contabilizar y jamás pagar ni asumir política y
culturalmente los costos de toda esta destrucción.
* Andrés Barreda es Profesor de tiempo completo de la Facultad de Economía de la UNAM. Coordinador general de Casifop
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